viernes, 2 de septiembre de 2016

CUENTO: EL PEZ TRANSGÉNICO QUE CONOCIÓ A LOS JÍBAROS (PARTE I)

Sentía que su cuerpo  no era el mismo, que estaba en un proceso de transformación, como que ya no era de la misma especie, que cada día avanzaba esa metamorfosis interna; pero en apariencia era tan igual e idéntico al linaje de su mismo hábitat. Seguía avanzando con la corriente del río amazónico, en donde escuchaba el canto de los pocos Jíbaros que se acantonaba en las playas de las tierras peruanas. Escuchaba la alabanza a Etsa, dios del bien; con esa música de la flauta hecha a base de carrizo, el tambor con las pieles de los animales salvajes y las sonajas que sabían a sonidos de los caracoles. Esas melodiosas notas que combinaban la flora y la fauna terrestre y acuática. Ahí donde los dueños, amos y señores eran esas tribus quizá olvidadas por los mestizos e indios de la colonia dejadas por los antiguos conquistadores españoles, que danzaban con esa alegría contagiante porque sabían muy bien que la pesca con “cerbatana” les iba a ser favorable, ya habían escuchado a su deidad trasmitirle el sonido misterioso de su espíritu para la buena pesca.
En su avance escuchaba ese “chaz”, tras “chaz” y el zangoloteo de las aguas del río que eran atravesadas por los dardos de las cerbatanas, haciendo huecos a las aguas del río y atrapando a la ictiología acuática por los Jíbaros o Shuar, que habían llegado en familia para venerar a sus dioses y luego pescar de manera tradicional y natural sin pleno conocimiento de la pesca con  Timiu (barbasco), Masu (solo las hojas), Payah (otro tipo de barbasco) y el Mayu. El jefe ordenaba la ubicación de los varones de la tribu, sin excluir a las mujeres y los  niños de esta actividad milenaria. Pero esta vez la pesca era contundente y amenazante para la especie que en sus entrañas iba sintiendo cada vez a la muerte más cerca. Solo una suerte podía salvarlo de esa cacería furtiva como los indios serían cazados por los invasores españoles con armas completamente peligrosas y mortíferas.

Una vez más se escuchó el pututo, caracola marina, que su viento sonoro transmitía el triunfo y la victoria de los hermanos Jíbaros, después de una encarnizada pesca en aguas quietas y cristalinas, sin que “Etsa” tuviera que luchar contra el mal. Es decir, sin que el veneno vegetal se  escabulle sobre las entrañas del H2O, haciendo que el espíritu de la muerte se mantenga en su territorio, sin “escaparate” a la vida misma. Etsa había prometido a su tribu una buena pesca y cumplió porque no tentaron contra los principios de la naturaleza, ni de la vida misma. Los nativos salieron apresurados de las aguas del río, los niños y las mujeres con sus llicas llenos de muchas especies ictiológicas. Saltaron y danzaron con el cardumen en mano, la alegría se vivía en la Selva peruana, en esa lejana porción de territorio, que para unos era el paraíso que quizá no lo conocían. 

CUENTO: EL PEZ TRANSGÉNICO QUE CONOCIÓ A LOS JÍBAROS (PARTE II)

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